La
ministración del alma
El espíritu del señor esta sobre mí, por
cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: me ha enviado a sanar
a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a
los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable
del señor. Lucas 4:18,19
INTRODUCCIÓN
La Biblia declara que el
hombre es un ser tripartito en proceso
de restauración. La obra en nuestra alma se inicia con el bautismo en agua, sin
embargo es necesario seguir todo un proceso para tratar con ésta, porque es
allí donde se generan toda clase de problemas que afectan nuestra vida
espiritual; las relaciones con los demás y el aspecto físico, inclusive. La
ministración, es un recurso de parte del Señor para todo aquel cristiano que
reconozca su necesidad y que desea tener un alma con salud espiritual.
I. QUÉ ES MINISTRACIÓN
Ministrar es servir,
auxiliar, ayudar al cuerpo de Cristo. Es una gracia que Dios da por medio de la
cual el cristiano puede escudriñar por el espíritu su alma, detectando
deformaciones, ataduras, vicios, herencias y todo aquello que mal se sembró en
la vida anterior, aún en el vientre.
El evangelio de Juan menciona
dos ejemplos que nos enseñan claramente sobre lo que es la ministración.
Nuestro Señor le había dado vida a Lázaro, quien había muerto cuatro días
atrás. Lázaro una vez vuelto a la vida salió de la tumba pero con vendas que le
ataban las manos y los pies. El Señor ordenó a hombres que se encontraban en
ese momento que le desataran (Jn. 11:38-44).
Lo ocurrido con Lázaro es
exactamente lo que nosotros necesitamos después de haber tenido un encuentro
con la vida. Que nos quiten todo estorbo que nos impide movilizarnos con
libertad.
Otro ejemplo es el ocurrido
al apóstol Pedro. El Señor poniéndose al nivel de un siervo lavó los pies de
sus discípulos, pero cuando llegó a Pedro se resistió, pues no comprendía lo
que su maestro hacía. Tras la respuesta del Señor que si no se dejaba lavar los
pies no tendría parte con él, dejó que lo hiciera. Posteriormente, el Señor
mismo explicó que todos, menos Judas, estaban limpios, excepto los pies (Jn. 13:5).
El lavatorio de pies
indudablemente representa la limpieza que debemos tener debido a que contraemos
contaminaciones por caminar en este mundo.
II. POR QUÉ DEBEMOS MINISTRAR EL ALMA
A. Es una
prioridad enseñada por el Señor, preocupándose de la parte interna del hombre,
antes que procurar el bienestar del cuerpo (Mt. 9:1-8; 3 Jn. 1:2).
B. Tiempo
atrás, al vivir según la corriente de este siglo, nuestra alma fue reprogramada
por el enemigo (Gn. 3:11).
C. En la
actualidad, al haber sido trasladados al reino de la luz, se da una batalla
interna entre la nueva y vieja naturaleza (alma mal formada en el pasado), la
cual necesita ser reformada (Col. 1:13;
Ro. 7:21-23; 1 P. 2:11).
D. Hay
emisarios de parte del enemigo especializados, cuyo propósito es estorbar
nuestra relación con el Señor y hermanos en la fe (Ef. 6:10-12).
E. Por un deseo
de pureza o consagración (Est. 2:12; Ap. 22:11).
III. QUÉ PUEDE AFECTAR EL ALMA
Con frecuencia muchos
cristianos pasan por esta vida sufriendo profundamente debido a circunstancias
que tienen su raíz u origen en el pasado, inclusive antes de su nacimiento.
El propósito de la sanidad
interna es que los miembros del cuerpo de Cristo sanen de las heridas para que
la plenitud de Jesucristo pueda fluir a través de sus vidas.
Gran parte de los problemas
son de tipo emocional, teniendo una estrecha relación con la mente. Las heridas
son producto de cosas que dicen o hacen en contra de nosotros y que pueden
afectarnos de forma ascendente. Primero es una herida, luego pasa a
resentimiento, después amargura, luego odio, después rebelión, pudiendo llegar
finalmente hasta el suicidio (Ef. 4:31).
Las causas por las cuales se
pueden ocasionar heridas son, entre otras, las relaciones rotas entre padre y
madre; el rechazo; los malos tratos, maldiciones, el abuso sexual o la
violencia; entregas, pactos, herencias, hechicerías.
Antes de llegar a Cristo
estuvimos tan programados por Satanás que éramos como esos proyectiles que se
diseñan y construyen para recorrer una determinada órbita y luego destruirse.
Nuestra mente es como la tierra, la cual al no ser cultivada y cuidada es
invadida por maleza. Los pensamientos
tienen tres fuentes: uno mismo, el diablo y Dios. En este sentido,
debemos examinar de dónde provienen esos pensamientos.
La nueva vida comienza con un
cambio de mente, que es el
arrepentimiento. Notamos pues que la mente es el primer territorio que
hay que invadir y poseer (2 Co. 10:5; Ro. 8:6). Una estrategia del enemigo es venir con acusación y condenación, y para
ello tenemos que ponernos la coraza de justicia; y cuando exista confusión
calzarnos con el Evangelio y ceñirnos con la paz de Dios.
Otro ataque contra la mente
es la incredulidad, para lo cual hay que tomar el escudo de la fe, y contra la
duda y el temor usar la Palabra de Dios.
Los ancestros también tienen
su parte influyente en nuestra conducta, pues heredamos genéticamente rasgos
positivos o negativos de nuestros antepasados (Ex. 20:5,6; 1 P. 1:17,18).
El cristiano no mantendrá
liberación o libertad hasta que su voluntad sea libre, logrando así la voluntad
de Dios y lo que él le ha llamado a ser. La salvación que fue operada en
nuestro ser es Dios libertando al hombre
de su voluntad que es sojuzgada por el príncipe de este siglo, creada natural,
animal, carnal y autosuficiente pudiendo llegar hasta la pasividad; es decir,
incapacidad para tomar decisiones.
Siempre seremos nosotros
quienes hagamos la escogencia; tú escoges hacer la voluntad de Dios. El
principio para ser libre es la sumisión
a Dios y la resistencia a la maldad. Dios nunca sustituye su voluntad por la
del hombre. El hombre será siempre responsable por lo que haga (Ro. 6:12-23).
El alma mal enseñada (viciosa
y engañosa) trata de buscar un escape,
esto lo hace a través de practicar el pecado, llegando a degenerarse, dando
lugar a ataduras, opresiones, obsesiones, hasta el estado de necesitar
liberación y ministración (Mt. 12:43,44).
IV. ELEMENTOS BÁSICOS DE LA MINISTRACIÓN
No existe un método de cómo
ministrar el alma, pues cada caso debe ser tratado particularmente. A
continuación explicaremos algunos puntos clave en la ministración.
A. Recurrir a un ministro: El Señor ha
levantado hermanos y hermanas que velan por nuestras almas. Debemos recurrir a
ellos, considerando su madurez y disposición para ser usados por el Espíritu
Santo (2 S. 12:1-7). Cuando una casa estaba contaminada con lepra se recurría al sacerdote, el cual sometía la
casa a un proceso de limpieza (Lv. 14:35).
B. Disposición para ser libre: En un gran
porcentaje la responsabilidad es del ministrante. Debemos acudir a ministración
con la decisión voluntaria y firme de renunciar a todo aquello que nos afecta;
a crucificar la carne (Lc. 18:22-24; Sal. 51:17). Esto conlleva exponer ante el
Señor nuestra necesidad, así como cuando se acude al médico para que analice la
causa de nuestra enfermedad. La confesión liberta, quitando derechos al enemigo
(Pr. 28:13; Sal. 32:5; Stg. 5:16).
C. La palabra y el poder de Dios: Jesucristo es la palabra viva, y
todo aquel que acude a él creyendo será levantado (Pr. 18:10). Recordemos que
fue por su palabra que el caos del principio fue ordenado (He. 1:2); de igual
manera es poderosa para ordenar nuestra vida (2 Ti. 3:16; He. 4:12). Esta
palabra, como el agua, nos limpia y salva el alma (Stg. 1:21). Otro ingrediente
indispensable es la ministración conforme al poder de Dios (1 P. 4:11; Is.
10:27).
Estas dos armas son poderosas en
Dios para la destrucción de fortalezas (2 Co. 10:4).
D. Vestirnos del nuevo hombre: Una vez nos hemos arrepentido, rendido
la voluntad y cerrado puertas para que no se vuelva a incurrir en la misma
falta, es necesario renovar nuestra mente y vestirnos del nuevo hombre,
cambiando de valores o actitudes negativas en positivas. Alimentando nuestro
espíritu con las cosas del Espíritu (Ef. 4:22-32). Sólo de ésta manera
poseeremos nuestra alma victoriosamente.
CONCLUSIONES
·
Dios
se ha propuesto hacer su obra de restauración en nuestro ser íntegro: espíritu,
alma y cuerpo (Fil. 1:6).
·
Ministrarse
es una necesidad cuando reconocemos o el Espíritu nos muestra que hay áreas, estorbos o actitudes que no agradan a
Dios y afectan la relación con el cuerpo de Cristo.
·
No
proveer para los deseos de la carne, para que nuestra alma no continúe siendo
contaminada (Ro. 13:14).
·
Dios
utilizara el vaso que quiera cuando éste se deje usar por su Espíritu, debiendo
evitar el ministrado todo prejuicio del ministrante.
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